África, nuevo destino de moda de cruceros para huir del frío si ya has visitado el Caribe

Los cruceros por el Mediterráneo son un atractivo mundial. Viajeros de todo el mundo embarcan en Barcelona, Atenas o Roma para conocer los puertos de España, Italia, Francia, Grecia, las costas del Adriático o países como Egipto, Marruecos y Túnez. Los viajes en barcos de turismo por el norte de Europa son cada vez más solicitados, ya sea hacia las capitales nórdicas, los fiordos noruegos, Islandia o las islas británicas. También son muy demandados los viajes en barco por el Caribe, destino clásico zarpando en viajes desde los tres días hasta dos semanas zarpando de puertos como Miami, Port Canaveral o Fort Lauderdale, los principales puertos del mundo.

A medida que crece el sector de los cruceros, más países se convierten en objetivo de las navieras: los mercados asiáticos, Oceanía, las remotas islas del Pacifico y también África, mercado exótico para el viajero europeo, americano o asiático. Este continente se va posicionando como destino de viajes de vacaciones y turismo y las compañías de cruceros ofrecen en sus catálogos de viaje cada vez más puertos africanos aprovechando la primavera y verano australes.

La última en subirse a la tendencia ha sido Norwegian Cruise Line, que en su categoría de viajes extraordinarios ha incluido por primera vez navegar por el sur de África, realizando travesías de dos semanas a puertos de Sudáfrica y Namibia, itinerarios muy interesantes en los que Magazine ha podido viajar a bordo del Norwegian Jade, el buque con el que NCL ha querido posicionarse en África. Así han sido las escalas y así es este barco.

El Norwegian Jade realiza un viaje circular que zarpa desde Ciudad del Cabo y regresa de nuevo a su puerto al cabo de dos semanas. Tenerla como punto de partida o llegada permite disponer de un grupo de días para conocer la segunda ciudad de Sudáfrica y una de las más atractivas del continente. Para hacerse una idea de su situación geográfica, subir a sus dos miradores resulta clave. El primero es Table Mountain, una montaña con cima plana de cuatro kilómetros. Se llega en un espectacular teleférico o, con más tiempo, caminando. El segundo mirador es Signal Hill, montaña a la que se puede acceder en coche y descender de manera original: en parapente hasta el océano. Hacerlo atardecer es impresionante.

Toda la naturaleza que rodea a la ciudad llama, sobre todo el llegar al mítico cabo de Buena Esperanza por tierra, un punto que en este viaje doblaremos dos veces navegando. La ciudad tiene tres puntos muy especiales para el viajero: Long Street con la mejor arquitectura victoriana, Greenmarket Square, donde casi cada día hay mercado y el Waterfront Victoria & Alfred, el área más antigua del puerto reconvertida, con muy buen gusto, en zona de entretenimiento. Resulta algo tópico, aunque el concepto vibrante definiría muy bien a esta ciudad.

La primera escala se realiza el pequeño puerto de una ciudad de 100.000 habitantes en la llamada ruta de los jardines, una franja de 300 kilómetros entre las montañas y el océano indico, privilegiada por climas que nunca bajan de 10ºC ni suben de los 28 y está considerada reserva de la biosfera por la Unesco. Tras desembarcar en lanchas recorremos un paisaje impresionante rumbo a tres puntos: una quesería y fábrica de cerveza, los viñedos más antiguos de la zona y un centro de producción de Aloe.

Aunque la región no es eminentemente vinícola como es el caso de Stellenbosch o Franschhoek, algunas bodegas tienen especial encanto y están cuidadas con cariño para enamorar al visitante. Allí se organizan visitas y sobre todo catas de vinos de todo el país, el mayor productor de vino de África. Las cervezas artesanas de la región también se producen en granjas y queserías. En los jardines de estas también se ofrecen catas en mesas bajo sus árboles, donde el único problema, si es que buscamos alguno, es que el barco sigue su viaje y no podemos estar todas las horas que merecen sitios así.

La segunda escala nos trae hasta la ciudad que oficialmente, y desde 2021 se llama Gqeberha por el movimiento en favor de recuperar los nombres locales en detrimento de los coloniales. De esos tiempos aun queda una enorme huella en la arquitectura y estética general de la ciudad, aunque este día está centrado en la visita al Addo, el tercero más extenso de los 20 parques nacionales del país. Fundado en 1931, se extiende por 3.600 kilómetros cuadrados e incluye islas, zonas costeras una biodiversidad apabullante y una variedad de fauna que va desde los antílopes, a los rinocerontes negros, leones o búfalos.

Sin embargo, lo más importante allí es la enorme cantidad de Elefantes que viven en la zona: cerca de 700, una cifra notable si se tiene en cuenta que el parque se creó para proteger a los 31 que quedaban en la provincia hace 90 años. Recorrer los senderos del parque en furgonetas 4×4 abiertas, en modo safari fotográfico es absolutamente emocionante. Siquiera la guía, enamorada del lugar y de los animales que viven allí, sabe lo que vamos a encontrar en la siguiente curva, al otro lado del valle o en las lagunas donde pasa la vida, aparentemente tranquila e impresionante, para todos los animales, aunque la estrella de todo eso son los enormes grupos de elefantes caminando, comiendo o bañándose. Verlos es hipnótico… y una fortuna.

Durban es la tercera ciudad más poblada de Sudáfrica y uno de sus puertos más importantes

La tercera escala del Norwegian Jade es oficialmente Durban, tercera ciudad más poblada de Sudáfrica y uno de sus puertos más importantes. Tan importante que no tenía amarres disponibles durante días y el barco se desvió unas 100 millas al norte hasta Richards Bay el principal puerto de exportación de carbón de Sudáfrica, donde también se manejan otros minerales y productos como aluminio, madera y, curiosamente, maíz. Aun fuera de programa, resultó interesante amarrar en un puerto industrial tan activo.

Un barco de pasaje totalmente rodeado de montañas negras y enormes cargueros era todo un contraste. También era destacable la belleza de lo industrial en movimiento continuo y ser testigos directos de que, el denostado carbón en otros países, sigue dando energía al mundo. En cuanto a lo visitable en tierra, la opción de visitar Durban, ciudad costera muy atractiva, siguió en pie, como también se ofreció visitar el parque nacional iSimangaliso Wetland, uno de los ocho puntos declarados patrimonio de la humanidad por la Unesco por su belleza que desborda, una consideración que no es exagerada.

Tras dos días de navegación hacia el oeste y luego hacia el norte tras doblar el Cabo de Buena esperanza por segunda vez, cambiamos de país para llegar a Namibia. Lüderitz fue hasta finales del siglo pasado el único puerto de toda la costa del país y mantiene ese nombre porque durante el siglo XIX, Namibia era una colonia conocida como África del Sudoeste Alemana. Al viajar es bueno saber cosas para poner en contexto lo que se visita, como que esa etapa de colonización se caracterizó por la brutalidad y la opresión hacia la población indígena namibia y que, tras el final de la primera guerra mundial, ese territorio pasó a ser administrado por Reino Unido y luego por Sudáfrica hasta que en los noventa Namibia luchó y ganó su independencia.

Aun así, la sensación al pasear por la ciudad es curiosa: la arquitectura y urbanismo son inconfundiblemente centroeuropeas, levantadas a miles de kilómetros de donde están inspiradas y una de las visitas más interesantes, aunque a la vez inquietantes es Kolmapskop, a algunos kilómetros en el interior: una antigua explotación minera hoy abandonada, aunque visitada, donde el hallazgo de brillantes la convirtió en un lugar de atracción de negocios. La codicia que ha acabado comida por las dunas da mucho que pensar.

La segunda escala en Namibia fue un aterrizaje en la belleza extrema del país. El puerto de Walvis Bay, ciudad costera de estética moderna al norte del país que originalmente fue holandesa, británica y luego sudafricana. Es el punto de salida para una de las excursiones más maravillosas que se pueden hacer en esta parte del continente: visitar el área donde el desierto de Namib (de ahí el nombre de este joven y poco poblado estado independiente) llega al océano. El desierto es uno de los más antiguos y secos del mundo. Se extiende a lo largo de la costa cubriendo un área considerable: unos 2.000 kilómetros de sur a norte y unos 100 kilómetros desde el interior y hasta el Atlántico. Esto que podría ser visto como un hándicap se ha convertido en uno de los grandes atractivos del país.

Desde el puerto y rumbo al desierto, el camino pasa frente una laguna gigante, la de los flamencos. Y es que allí viven por temporadas miles de ellos. Un regalo para los ojos, como lo es también perder la mirada al recorrer el desierto por la playa: en diferentes pistas y con un guía que sigue fascinado recorriéndolas a buena y segura velocidad, a un lado queda la inmensidad del océano. Al otro, las dunas de hasta 100 metros de altura a las que se sube en 4×4 e incluso puede bajarse a pie, donde luego espera el guía con un picnic de los que no se olvidan, como tampoco se olvida el viaje de regreso al barco mientras baja el sol, recorriendo de nuevo playa, dunas y un desierto bellísimo.