Cayos, cocoteros y piña colada: cómo desconectar en el Caribe más auténtico
No es la bachata lo que suena todo el día. En este enclave de la bahía de Samaná, el hilo musical 24 horas lo pone el mar. No hay un solo rincón de este hotel donde no se oigan las olas.
Apostado sobre la ladera y rodeado de un verde exuberante, todo el Bahía Príncipe Luxury Samaná es en realidad un mirador a las aguas que bañan este paraíso dominicano. Solo irrumpe en el azul del mar algún que otro cayo, esos islotes que parecen haberse presentado a un concurso de misses… ‘Mis Islita Caribeña’, por ejemplo. Como dice la directora de este hotel, Diana Hurtado, «aquí hay cayos para dar y regalar».
Este es uno de los cuatro hoteles que Bahía Príncipe tiene en Samaná, una península que durante muchos años no ha tenido una infraestructura de carreteras adecuada y por ello se ha mantenido a salvo del turismo masivo. Ubicado al 15 minuto de Santa Bárbara, la capital de la región, el Luxury Samaná es pequeño y tranquilo. Aquí la mayoría de los viajeros llega buscando descanso y desconexión.
Para conseguirlo hay varias posibilidades. Empezando por su piscina rodeada de hamacas o por la playa de arena dorada y cocoteros. Pero también en la terraza del bar principal donde la máquina de picar hielo trabaja a «full» para servir daiquiris y piñas coladas sin escatimar fruta natural que se apoya en la copa como recién caída del árbol.
El festín tropical es una de las señas de identidad de la región, entre otras cosas, la mayor productora de coco del país. Por eso, una de las actividades que propone el hotel es un taller donde presentan la fruta de temporada («Ahora estamos esperando al aguacate»). «También viene gente de un mercadito cercano y nos enseñan a hacer guarapo (el jugo de la caña de azúcar) y a manipular el hilo y la hoja de palma para hacer sombreros y canastitas», explica Diana.
Para los deportistas hay sesiones de yoga y de tai chi, y para los que necesitan darle más duro al cuerpo, un poco de CrossFit con un entrenador. Aunque si hay un momentazo para estar en el hotel, ese es el atardecer. «En verano el sol baja exactamente aquí», explica la directora justo delante del spa, también con vistas al mar y el popular Cayo Levantado al fondo. Hay un jacuzzi a pocos metros y suena la música en directo, por si hiciera falta algún otro reclamo más. Y, de hecho, lo hay. Porque en las cabinas del spa le esperan con masajes de aceites tropicales. Hasta ahí tratamiento con Mamajuana, el célebre licor nacional…
El sabor local continúa en la cocina, aunque se combina con propuestas más internacionales. Además de un buffet disponible todo el día, el hotel cuenta con un restaurante gourmet, Don Pablo, un italiano y uno estilo rodizio en el que los camareros van y vienen con viandas locales hechas a la espada y generosas guarniciones.
De vuelta en la habitación, todo ese aluvión sensorial baja de intensidad. Dominan los colores neutros, las camas tienen dosel, no faltan los ventiladores en el techo ni el aire acondicionado… bendito aire después de un día de descubrimiento caribeño. Y si se ha quedado con ganas de bachata, no se preocupe, el hotel tiene organizado los traslados a las discotecas del lugar.