Menú del día: Hare Krishna, menús que alimentan el alma
Entramos en silencio. Todavía no hay mucha gente. Nos descalzamos y dejamos las zapatillas en un armario, en la parte izquierda de la entrada. Acompañamos a los monjes escaleras abajo y penetramos en una pequeña estancia con un altar. Nos sentamos en una colchoneta de plástico. Somos pocos: una pareja y un chico. «No somos músicos profesionales, pero tratamos de hacerlo lo mejor posible», suelta uno de los monjes sonriendo. Acto seguido los instrumentos suenan y comienza el mantra: «Hare Krisna, Hare Krisna, Krisna Krisna, Hare Hare…».
No estamos en la India, sino en el centro de Madrid, en plena Malasaña, en la sede de la Asociación Hare Krisna. Tras 20 minutos de canto, una breve charla. «Los mantras buscan la conexión con la parte espiritual del ser humano», nos explican. «Los sonidos nos purifican». Aquí se trabaja la ciencia de la autorrealización. Regresamos al salón principal y lo descubrimos lleno de gente. Algunos ya están comiendo en la zona de mesas o por el suelo, con las piernas cruzadas al estilo yogui. Otros hacen cola para llenar sus bandejas.
El ambiente es distendido, relajado, amigable. Es fácil sentirse a gusto y entablar conversación con otras personas. «Anteriormente hubo otros templos en diferentes partes de Madrid, en los años 80. Aquí llevamos desde principios de los noventa. Se inauguró con la idea de estar en contacto con la gente. Empezó con el programa de distribución de alimentos, Food for life, y luego hicimos el comedor», cuenta Marcos Bascones, un monje santanderino de 25 años que estudió Educación Social y sintió la llamada del espíritu sobre una tabla de surf.
«Yo surfeaba en Santander. Hace ocho años llegó una nueva modalidad, el paddle surf, contacté con una persona que lo practicaba. Era un hare krisna. Siempre me han atraído las religiones, como algo cultural. Me decidí y no me arrepiento. Es una vida muy diferente», explica Marcos. En su nueva rutina se levanta a las 4.00 o 4.30h, medita, canta mantras, asiste a las clases de filosofía, desayuna y luego se encarga de proveer la cocina. Aquí siempre hay mucho que hacer.
«Para nosotros brindar este tipo de comida es importante. Los alimentos se ofrecen a las deidades y sólo por comerla ya contactas de algún modo», señala Bascones. Lo principal son sus menús caseros, que cambian a diario y se ofrecen por un donativo de 7. También tienen otras fórmulas: un bono de diez menús sale por 60 y el de veinte por 100. Un dinero que usan para mantener la sede. Cuentan que el año pasado costaba un euro menos, pero los precios suben para todos, incluso para los que habitan este templo.
La oferta es vegetariana por principios. «Nosotros practicamos ahimsa, que significa no violencia en sánscrito», indica el monje. «Mantenemos una actitud de respeto hacia otros seres vivientes». Así, su propuesta básica siempre incluye una ensalada, un guiso de verduras con arroz, un acompañante y un postre. Se sirve todo en una bandeja de acero inoxidable: garbanzos con acelgas, dhal de lentejas, pakoras, empanadas de espinacas, causa limeña…
También hacen el pan, todo muy artesanal, y además se puede repetir. Para beber, infusiones o zumos. Nos pusimos en la cola, bandeja en mano. Se ve mucha gente joven. Buscamos un sitio en el suelo y mezclamos el guiso del día (quinoa con verduras) con el arroz. Tiene muy buen gusto, con un especiado suave y aromático. Vamos alternando con la ensalada de tomate y lechuga y un cremoso pastel de patata. Está todo muy rico. Nos levantamos para repetir.